jueves, 29 de septiembre de 2011

Los gobiernos neoliberales y su acción en contra de México y su clase trabajadora

Por Cuauhtémoc Amezcua Dromundo.


Las políticas neoliberales datan en México de 1982. A imponerlas se han dedicado los cinco últimos gobiernos, tres de ellos surgidos del PRI y dos del PAN. Esas políticas han sido fatales para los mexicanos, sobre todo para la clase obrera. La han condenado a un creciente desempleo, a salarios cada vez más raquíticos. La han llevado a niveles de vida peores, a la miseria, la insalubridad y la falta de acceso real a la educación y la cultura.

Estos gobiernos casi han acabado con el sector estatal de la economía, que pasó de 1155 empresas a menos de doscientas. Las han entregado a capitales privados, extranjeros los más, para su lucro y beneficio.

Entre otros actos que han puesto en marcha estos gobiernos se destaca la firma del Tratado de Libre Comercio de Norteamérica, con Canadá y Estados Unidos, (TLCAN) y su puesta en marcha, durante el gobierno del Carlos Salinas de Gortari. El daño causado a la soberanía de México y a su perspectiva de desarrollo como Nación han sido brutales. Se ató al país a los designios yanquis y se ahondó el proceso de sumisión de nuestra economía. El TLCAN pasó a ser el nuevo motor de toda la política neoliberal en México.

El papel de los gobiernos del PAN en el proyecto anexionista yanqui.


Los dos gobiernos panistas han continuado y profundizado lo hecho por los neoliberales del PRI de 1982 a 2000. Nadie puede, sin embargo, acusarlos de incongruentes, no lo son; tampoco de haber cambiado de ruta, como sí sucedió con el PRI. El Partido Acción Nacional y sus gobiernos son consecuentes con su origen, sus vínculos de clase social y su ideología de siempre, profundamente reaccionaria. El PAN, nadie debiera olvidarlo, fue fundado a finales de la década de los treinta por enviados de la Falange española y del Nazismo alemán, como base para la Quinta Columna que propiciaría, según sus planes, la toma de México por las fuerzas del nazifascismo. Eran los tiempos de la fase inicial de la Segunda Guerra Mundial.

Por eso no es de extrañar que Vicente Fox, en su momento, haya puesto todo su empeño en privatizar las industrias petrolera y eléctrica, al tiempo que recorría el mundo como mercader, ofreciendo en venta al país entero. Y en ese mismo sentido, se convirtió en activista a favor del Área de Libre Comercio de las Américas, plan que pretendió extender el TLCAN a todo el continente, y que fue denunciado con justa razón por Fidel Castro como un proyecto con el que Estados Unidos, en los hechos, pretendió anexarse toda la región. Por fortuna, la movilización de los pueblos de toda la región derrotó el nefasto plan imperialista.

En la experiencia de México, el TLECAN llevó a la quiebra a decenas de miles de empresas nacionales que no pudieron sobrevivir a la llegada de otras, extrajeras, con mayores capitales y tecnología superior, que vinieron en gran número para aumentar su tasa de ganancias a costa de los salarios diez o doce veces menores que pagan en México.

La brutal embestida de los gobiernos panistas contra la clase trabajadora.


La agresión contra el movimiento sindical, por parte de los gobiernos del PAN, ha sido brutal. En el caso de los mineros, su complicidad con el llamado Grupo México, del siniestro criminal Jorge Larrea, es patente.  El gobierno de Fox nunca cumplió con su obligación legal de forzar al Grupo México a que cumpliera con las normas de seguridad necesarias en Pasta de Conchos, a pesar de las numerosas denuncias que existían sobre las patentes irregularidades. Fue el incumplimiento de esas normas lo que causó la acumulación de gases más allá de lo aceptable, su explosión y el colapso en la mina, que dejó atrapados a 65 trabajadores. Antes y después del derrumbe, la negligencia de los gobiernos panistas de Fox y Calderón ha sido criminal, culpable de la pérdida de vidas humanas y dela impunidad que se ha tendido sobre el hecho.

Calderón ha seguido protegiendo a Larrea y al gobierno de su antecesor, evitando que se exhumen los cuerpos, se hagan las indagaciones y se sancione a los culpables conforme a la ley. Además, Calderón ha continuado la política de sistemática agresión contra los trabajadores mineros, su sindicato, el Sindicato Nacional de Trabajadores Mineros, Metalúrgicos y Similares de la República Mexicana, SNTMMSRM, y Napoleón Gómez Urrutia, su dirigente, como ha quedado patente en el caso emblemático de Cananea, entre muchos otros.

Y también ha sido Calderón el que se atrevió a atacar con toda saña al Sindicato Mexicano de Electricistas, que desde el principio había estado en la mira de los gobiernos neoliberales. Ninguno de éstos cejó en su intención de privatizar la industria eléctrica, igual que la petrolera y en general, la energética, porque es parte de las exigencias que vienen de los centros que vigilan el cumplimiento del Consenso de Washington por parte de todos los gobiernos subordinados al imperialismo en el mundo. Salinas no pudo tomar en sus manos a la empresa Luz y Fuerza del Centro, quitando al SME su fuente de trabajo, como hubiera querido, gracias a la capacidad de lucha del sindicato y de las fuerzas populares y enemigas del neoliberalismo, en general. Zedillo quiso reformar la Constitución con el fin de privatizar la industria eléctrica, y también fue derrotado. Fox intentó terminar con el contrato colectivo en 2003, y también tuvo que abandonar el proyecto. Pero Calderón obró de modo artero, y mediante un sigiloso decreto presidencial y el uso de la fuerza pública, puso en ejercicio la liquidación y extinción de Luz y Fuerza del Centro, violando la Constitución y lanzando a la calle a más de 40 mil trabajadores, de manera infame.



El gobierno de Calderón, en estrecha alianza con los grupos más reaccionarios de los patrones, despliega hoy mismo una intensa campaña para reformar a fondo las leyes laborales. Quisieran unos y otros desaparecer de la Constitución el principio de las garantías sociales que reconoce los derechos de clase de los trabajadores, para sustituirlo por otro que establezca estas relaciones de modo individualista, con el fin de satisfacer los intereses del gran capital transnacional. Pero a la vista de que no les será fácil hacer cambios de ese carácter en la Ley Suprema, pretenden lograrlo en la Ley Federal del Trabajo, en lo que han llamado “reforma laboral”. De una u otra forma, lo que persiguen es sustituir en los hechos el principio de la lucha de clases que da sustento a la organización y al combate de los trabajadores por mejores condiciones de vida y de trabajo, por la demagógica teoría de la armonía, la conciliación y la colaboración entre empresarios y trabajadores. Pretenden que se anule en definitiva el derecho de huelga, y se elimine sobre todo la huelga por solidaridad. Quieren debilitar y destruir a los sindicatos que no se plieguen a sus políticas, como lo están demostrando con los casos citados del  SNTMMSRM y el SME, también mediante una serie de reformas en las relaciones laborales y con la atomización de la jornada de trabajo. Además demandan eliminar la cláusula de exclusión y suprimir la sindicalización obligatoria dejando a ésta como una decisión voluntaria e individual que permita la existencia de "trabajadores libres" al mismo tiempo que presionan para que desaparezca la jornada de trabajo de 8 horas, sustituyéndola por el contrato individual y el pago de salario por hora.

Plantean la desaparición del salario mínimo y la total subordinación de los obreros al dominio de las empresas mediante el establecimiento del cese del empleo cuando incurra el trabajador en faltas que a juicio del patrón lo ameriten, y asimismo, formular la desaparición del escalafón por antigüedad mediante el exclusivo reconocimiento de la capacidad y la productividad para efectos de ascensos.

Estas y otras proposiciones del sector patronal y el gobierno reaccionario ya han sido expuestas y muchas de ellas han sido aceptadas por líderes colaboracionistas y reformistas a los que nada les importa excepto conservar sus posiciones políticas y sindicales.

Por eso, es indispensable avanzar en el proceso de reconstrucción del sindicalismo revolucionario, que postula la Federación Sindical Mundial, con paso firme y sin dar tregua al enemigo de clase. Sólo así podremos impedir que realice sus nefastos propósitos.

lunes, 12 de septiembre de 2011

SUJETO Y REVOLUCIÓN EN AMÉRICA LATINA Y EN MÉXICO

Por Cuauhtémoc Amezcua Dromundo. Ponencia presentada en la IV Conferencia Internacional “La Obra de Carlos Marx y los Desafíos del Siglo XXI”. La Habana, 5 al 8 de mayo de 2008. Palacio de las Convenciones. Disponible en: http://www.nodo50.org/cubasigloXXI/congreso08/conf4_amezcuad.pdf 

1.  Porqué hace falta construir el sujeto
Las transformaciones ocurridas en el mundo en las dos últimas décadas del siglo XX tuvieron efectos negativos en la región latinoamericana y caribeña; entre otros, en las organizaciones populares, democráticas y antiimperialistas y, desde luego, en los partidos de la izquierda revolucionaria. Unas y otros sufrieron cuantiosos daños, como regla general.
En el caso de México, desapareció el viejo Partido Comunista, fundado en 1919, para dar lugar a una organización afiliada a la social democracia internacional, el PRD, con un programa reformista ligero, que no propone construir una sociedad socialista y ni siquiera cuestiona ni enfrenta al imperialismo, ni se propone, por tanto, luchar por romper la dependencia económica y política de nuestro país respecto del capital financiero y corporativo internacional. Otras organizaciones de la izquierda también desaparecieron o se fracturaron en varios fragmentos, de manera que la ya vieja “división de la izquierda”, creció como nunca, hasta sumar hoy en día varias decenas de partidos y agrupaciones. Mi propio partido, fundado en 1948 por Vicente Lombardo Toledano como Partido Popular, transformado en 1960 en Partido Popular Socialista y hoy denominado Partido Popular Socialista de México, también sufrió deserciones y fracturas. Incluso otros partidos que no eran de izquierda, pero esporádicamente asumían posturas antiimperialistas –como el PRI- respondiendo a las demandas de fuerzas más avanzadas y movimientos populares, dejaron de hacerlo y pasaron al bando de quienes justifican y acatan el consenso de Washington de manera sistemática.

En resumen, hoy no existe ningún partido de izquierda ni organización popular con capacidad para responder por sí mismo a los desafíos del siglo XXI en México. Hace falta construirlo. Para esto, hay que aprovechar la experiencia acumulada por el movimiento revolucionario internacional y la de nuestros propios pueblos; y hay que extraer las enseñanzas útiles, asimismo, de las luchas contemporáneas en unos y otros lugares de América Latina, que está en plena ebullición.

1.  La indispensable concordancia entre el sujeto y la revolución hacia regímenes que trasciendan el sistema de dominación múltiple del capital
En la cadena del capitalismo mundial, en los inicios del siglo XXI, América Latina y el Caribe se integran por una serie de eslabones débiles que pueden romperse en un plazo cercano y dar paso a la construcción de regímenes que trasciendan el sistema de dominación múltiple del capital[1]. Es decir, en nuestra región –y desde luego en el caso de México- existen condiciones objetivas para la Revolución, y procede multiplicar los esfuerzos para desarrollar las subjetivas. Al respecto, puesto que no existe un sujeto revolucionario ahistórico, válido para todas las etapas, sino uno concreto, que es fruto de la formación social de la que surge y, a la vez, constructor de una nueva, distinta y superior, que debe estar libre de las contradicciones irreparables de la vieja, el primer aspecto a considerar al proponernos construir el sujeto, es el de precisar las contradicciones medulares de la sociedad enferma, que aspiramos a y reemplazar, cuál es la fundamental y cuál su parte más aguda, que necesariamente ha de ser erradicada en la nueva sociedad. Al poner a la vista cuáles son las contradicciones principales, cuál es la fundamental y cuál su parte más aguda, en América Latina –y en México- en los inicios del siglo XXI, de hecho se ponen en claro los objetivos de la Revolución y así también se pone en claro la identidad del sujeto y su composición clasista.
Entrando, por tanto, al análisis concreto del problema concreto, observamos que nuestros países:
a)    Están en la fase pre capitalista de su desarrollo, con sociedades en las que la industrialización no ha ocurrido o se ha dado de modo incipiente.
b)   Conservan importantes remanentes de los modos de producción previos al capitalismo: la comunidad primitiva, con presencia en México y más todavía en Centroamérica y en la región Andina; el esclavismo y el feudalismo, ambos con especificidades que los diferencian de sus formas clásicas, que ocurrieron en Europa.
c)    En los pocos en los que hubo industrialización, Argentina, Brasil, México, Uruguay, Chile y algún otro, se ha dado es un capitalismo dependiente y subordinado, que es una de las dos caras complementarias de ese régimen en nuestro tiempo; los países capitalistas desarrollados –imperialistas- no podrían existir si no hubiera su contraparte, los países dependientes, como los nuestros. Una de las principales características de estos últimos es que el poder económico principal radica fuera del territorio nacional, en la metrópoli imperialista y no lo ejerce una burguesía asentada en dicho territorio ni vinculada a lo nacional en modo alguno; lo ejercen cárteles y empresas transnacionales con sedes afuera. Desde luego, también el poder político real está fuera del territorio físico del país y en manos de las mismas fuerzas ajenas: el capital financiero y corporativo internacional y los estados imperialistas que son instrumentos políticos y militares de éste.
d)   Por otra parte, muy notoriamente en los casos de Brasil y México, aunque no sólo en éstos, el capitalismo se ha encimado a los modos de producción pre capitalista, que subsisten significativamente y con los cuales coexiste.[2]
e)    La llegada tardía de nuestros países a la industrialización, determina para nosotros la imposibilidad del desarrollo por la vía capitalista; tal perspectiva quedó en el pasado, en otra etapa del sistema capitalista mundial, anterior a la fase imperialista exacerbada a la que comúnmente se conoce hoy como globalización neoliberal. Por eso, aquí más que en cualquier otra parte del Globo carece de sentido la idea de reformar al capitalismo: sus males no tienen remedio, y el sistema para nosotros no tiene perspectiva alguna.

Conclusiones: a) En nuestra región más todavía que en otras, la parte más aguda de la contradicción fundamental se da entre el imperialismo y el conjunto de clases y sectores sociales que aquél expolia, que son casi todas, salvo una pequeña elite, una oligarquía terrateniente, en la mayoría de los casos; un sector de la burguesía, proimperialista y subordinado, en unos pocos; b) Esa contradicción múltiple es la que ha madurado y exige ser superada en una nueva sociedad, en la que debemos lograr nuestra segunda y definitiva independencia; c) Aquí es donde se hermanan el pensamiento marxista, como método de estudio de la realidad y como teoría general de la transformación de las sociedades humanas, con los ideales de Simón Bolívar, el Libertador, de Benito Juárez, José Martí y de otros de nuestros próceres, cuyos ideales conservan su vigencia, dada la realidad latinoamericana; d) El sujeto revolucionario que concuerda con los objetivos de esta fase de la revolución, tiene una composición clasista plural y está potencialmente integrado por el conjunto de las clases y sectores de la sociedad que tienen como expoliador y enemigo al imperialismo, no el único enemigo, dadas las múltiples y diversas contradicciones internas, pero sí el principal.
3. Dialéctica de la revolución de liberación nacional y la revolución socialista
Ahora bien, las revoluciones de liberación nacional son muy complejas puesto que llevan en su seno la unidad y lucha de contrarios. Las distintas clases y sectores de la sociedad que se unen para llevarlas a cabo –contra la fuerza externa, que las sojuzga- tienen que dirimir sus propias contradicciones a cada paso y, asimismo, tienen que seleccionar diversos tipos de respuesta, más o menos radical, frente al enemigo común. En ese proceso, según predominen unas u otras fuerzas, la revolución puede avanzar hacia formas superiores hasta desembocar en una que socialice los medios de producción y cambio, como sucedió con la Revolución Cubana, o estancarse y sucumbir. Cuando sucumben, abren paso a una fase regresiva hacia una dependencia más acentuada, neocolonial, de mayor saqueo, explotación y miseria. Por el contrario, las revoluciones de liberación nacional que avanzan en medio de la lucha, rápidamente agotan esta fase y se transforman en revoluciones socialistas. Y a fin de cuentas, son las únicas que alcanzan de manera plena el objetivo originalmente trazado: la independencia económica y política con respecto del imperialismo, además de iniciar formas distintas de relación social, sobre todo respecto a la distribución del producto del trabajo social.
Es decir, en nuestros días, las revoluciones de liberación nacional no pueden desembocar en sociedades capitalistas independientes, ese camino está cerrado históricamente; sólo alcanzan el objetivo de la independencia definitiva y el pleno ejercicio de su soberanía, si en el transcurso de la lucha se  transforman en revoluciones socialistas. En nuestro tiempo, esta fase de la revolución no excluye ni posterga largamente la revolución socialista, sino que ambas forman parte de un mismo proceso, unido dialécticamente.

4. El partido de clase y la articulación de los sujetos revolucionarios.
El partido de la clase obrera tiene un rol fundamental en estos procesos. No lo desempeñará adecuadamente si no los entiende, si pretende repetir experiencias y formas de lucha de otras épocas o de otras latitudes. Porque el primer requisito para transformar la realidad con un sentido revolucionario, es conocerla, no imaginarla atribuyéndole características diferentes a las que en verdad tiene.

Al agudizarse la explotación de nuestros pueblos y el saqueo de nuestros recursos, por parte del imperialismo, como ha sucedido con la globalización neoliberal; por todas partes surgen brotes de descontento, espontáneos estallidos de insurrección popular. La construcción del sujeto de la revolución por la segunda y definitiva independencia consiste en logar la articulación de todo ese amplio y heterogéneo conjunto de fuerzas. Para el efecto: a) El partido de la clase obrera tiene que interactuar con todas estas fuerzas durante todo el proceso de construcción del bloque, y hacerlo con dedicación y tacto; b) Debe ser tenaz en cuanto a contribuir al aglutinamiento del mayor número de fuerzas que sea posible, que tengan las características señaladas y, por lo mismo, debe evitar y combatir toda forma de autosuficiencia, sectarismo, maximalismo o intransigencia; c) Debe ser asimismo tenaz en cuanto a contribuir a evitar que el bloque en proceso de formación sea saboteado por alguna corriente sectaria –que en nuestra realidad proliferan- o cooptado por alguien que quiera aprovecharlo para los propósitos de políticos profesionales oportunistas, que también proliferan; d) Debe contribuir a la educación política de todos los integrantes del bloque, a la elevación de su conciencia antiimperialista y de su conciencia de clase; e) Debe ser paciente y tenaz en la discusión, en la batalla de las ideas en el seno del bloque en proceso de construcción, en la definición y el armado del programa del bloque y en la definición de sus tareas, todo ello con el fin de fortalecer al conjunto de fuerzas y orientarlo hacia los objetivos de la liberación y, en su momento, hacia otros fines más avanzados desde el punto de vista de la transformación revolucionaria de la sociedad; f) Al mismo tiempo, debe ganar autoridad moral en el seno del bloque, por su sencillez, dedicación y tenacidad; por su desinterés en cuestiones menores, por su camaradería, por no disputar posiciones ni tratar de sacar ventajas, por lo acertado de sus propuestas. Nada sería más negativo que el partido de la clase obrera llevara al bloque la pretensión de proclamarse la "vanguardia" a priori, que disputara la dirección formal, que peleara por estar a la cabeza, que quisiera imponer sus tesis, sus objetivos sobre la base de la retórica o de las maniobras, y desdeñara las demandas de todos los sectores y clases sociales convocados. Con todo ello atentaría contra la integración del bloque y su fortalecimiento, y alejaría la perspectiva de la victoria revolucionaria.
¿Quiere decir esto que en estos tiempos la clase obrera ya no es la clase social revolucionaria por excelencia, como dicen algunos que teorizan al respecto? ¿Que han surgido nuevos actores sociales frente a los cuáles la clase obrera perdió el papel de sujeto revolucionario que otrora le correspondía? ¿O que ni siquiera lo tuvo nunca como una regla general y que fue un error teórico atribuírselo? No, nada de eso es verdad. Es cierto que en la lucha por la liberación de los países dependientes participan varias clases y sectores sociales, pero no son "nuevos" actores. Al contrario, en la mayoría de los casos se trata de "viejos" actores sociales, en muchos casos más viejos que la clase obrera. El movimiento indígena y el campesinado, por ejemplo, anteceden en el tiempo a la clase obrera que surge hasta una fase muy posterior, cuando llega la industrialización.
La clase obrera sigue siendo la clase social revolucionaria por excelencia, si se habla de la fase de transición al socialismo. Sólo que en la región latinoamericana y caribeña están maduras las condiciones objetivas para otra fase de la revolución, como ya se dijo, la revolución de liberación nacional con respecto del imperialismo, y en ésta, el sujeto revolucionario es plural, igual que lo fue la lucha por nuestra independencia política con respecto de España y las otras potencias europeas.
Respecto del programa que este bloque debe enarbolar, debe ser uno que se oriente al propósito de liberar al país de la dependencia económica y política con respecto del imperialismo. Deberá orientarse a romper con los dictados del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial; fortalecer la economía en manos del Estado; defender y consolidar las empresas y ramas de la economía estratégicas para la soberanía y el desarrollo propio que no han pasado a manos privadas; rescatar las que fueron privatizadas, sobre todo las entregadas a los capitales extranjeros; denunciar los Tratados de Libre Comercio y oponerse al ALCA; rechazar el pago de la deuda externa porque es injusta y se ha pagado varias veces; acelerar el desarrollo de las fuerzas productivas nacionales y diversificar el comercio hacia todos los mercados del mundo, de acuerdo con el principio de beneficio mutuo y sin condiciones políticas. Impulsar la integración económica y política de todos los pueblos hermanos de América Latina y el Caribe al tenor del ALBA. La mejoría de las condiciones de vida de las masas populares; aumentar sus recursos; liquidar el analfabetismo; mejorar cuantitativa y cualitativamente la educación y formar los cuadros medios y superiores para el progreso de la nación; incrementar los servicios sociales y de salubridad y defender y acrecentar nuestra cultura. Deberá instaurar un auténtico régimen democrático, pues los de la llamada “democracia representativa” que proliferan, sólo son de fachada.
5. La construcción del sujeto revolucionario en el caso de México
Igual que sucede en lo general, en México en los últimos años han proliferado los estallidos de inconformidad popular: en Chiapas, Atenco, Michoacán, Oaxaca, Chihuahua, Zacatecas, Baja California, en todas partes del territorio nacional, y entre los más diversos sectores de la población, pues son muchos los golpeados y sacrificados por las políticas neoliberales que ha exigido el imperialismo y que la burguesía dominante, que está al servicio de aquél, ha venido imponiendo desde Miguel de la Madrid hasta Felipe Calderón.

Los múltiples los estallidos de resistencia surgieron respondiendo a problemas particulares, pero poco a poco se han ido percatando de que todos sus problemas obedecen a las mismas causas profundas. Los problemas de los maestros de escuela no tienen solución por separado, ni los que aquejan a los trabajadores electricistas, o a los mineros y metalúrgicos, a los campesinos ni a los indígenas de las más de cincuenta etnias mexicanas. No hay salida para lo que angustia a los jóvenes, sin perspectivas de trabajo y cuyos derechos a la educación, a la salud y al deporte se les escamotean, ni a las dificultades que sufren las mujeres, si no se ataca la raíz de todos estos conflictos, el problema esencial: la intervención y el saqueo de que nos hace objeto, cada vez más, el imperialismo, es decir, el capital financiero y corporativo internacional.
En los últimos años y meses, junto con una mayor experiencia acumulada, se registran importantes avances en este aspecto de calidad. Diversos referentes de la lucha popular van llegando a la conclusión justa de que es necesario combatir no sólo a los enemigos particulares de uno u otro sector, de una u otra zona o región, sino a la clase social dominante en su conjunto -la burguesía subordinada- y todavía más, a la fuerza externa que sostiene a esta burguesía, sin cuyo soporte, ésta nada sería: el imperialismo, al que ésta sirve y que es el fundamental y verdadero enemigo común de la clase obrera y de todos los sectores populares de la población en el caso de cualquier país capitalista dependiente, como el nuestro, y en general los de América Latina y el Caribe.

En la medida en que los distintos movimientos populares se han ido percatando de esta realidad, junto con el nivel superior de conciencia que adquieren, junto con el descubrimiento de que el enemigo ocupa distintos niveles, desde el que está frente a cada quien -el cacique, el líder sindical espurio, el patrón sinvergüenza y explotador, el gobernante repudiado- hasta la burguesía subordinada y, arriba de ésta, el imperialismo; y en la medida en que se han percatado asimismo de que nada se resuelve si se derrota sólo al enemigo más cercano, en tanto no se aplaste al que está atrás y por encima de todos, al que en última instancia todos deben su existencia, en esa misma medida van dándose cuenta asimismo de que es indispensable articular las luchas de unos con las de los otros sectores, porque siendo el enemigo fundamental uno común, no existe razón para combatirlo de manera aislada; así nadie podría vencerlo ni, por tanto, resolver nada, ni sus problemas concretos ni los de orden general.
Hoy existen varios procesos de construcción del bloque social plural que pueda llegar a constituir el sujeto de la Revolución, en distinto grado de maduración: la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca; la Promotora por la Unidad Nacional contra el Neoliberalismo; el Diálogo Nacional por un Nuevo Proyecto de Nación, entre otros. Este último es el que más ha avanzado en lo programático, en lo cuantitativo –aglutina ya a más de 600 organizaciones sindicales y populares, indígenas, de jóvenes, de mujeres, regionales y nacionales, incluidos partidos políticos de la izquierda revolucionaria- en sus niveles de articulación y en su combatividad. El Partido Popular Socialista de México interactúa con todos los movimientos de masas, sin excepción, pero no encabeza formalmente ninguno.



[1] En Cuba se rompió la cadena capitalista mundial exitosamente y este año se conmemora el 50 Aniversario del triunfo de la Revolución, a la que aquí saludamos. Y llega a este medio siglo en plena batalla contra el imperialismo yanqui, que nunca ha aceptado su derrota y sueña con revertir el proceso y regresar a Cuba a la fase anterior a la Revolución; y llega, asimismo, ejerciendo un rico, aleccionador debate en el ejercicio democrático del diseño de su futuro, que también saludamos. Venezuela, por su parte, avanza hacia la ruptura hoy mismo, por su propia vía y a su ritmo; así también Bolivia, sin pedir ni dar cuartel, cambiando sus fuerzas avanzadas golpe por golpe contra las que defienden el pasado. Y Nicaragua, y Ecuador, y...
[2] Desde que los conquistadores europeos interrumpieron la evolución de las comunidades indígenas, que vivían en el estadio medio de la barbarie, nuestra evolución no es resultado del desarrollo autónomo, sino consecuencia de la interferencia del exterior. La esclavitud en la región no surgió de una transformación social intrínseca que liquidara a la comunidad primitiva, sino de una acción que conservó las formas primitivas de producción. También el feudalismo, sobrepuesto a las formas esclavistas, adquirió características propias, y lo mismo sucede con las formas de producción capitalista, influidas por intereses extra nacionales, que se sobreponen a las formas semiesclavistas y semifeudales para terminar en una economía capitalista dependiente.

jueves, 8 de septiembre de 2011

El PPS de México, la candidatura de AMLO y el MORENA

Fragmentos del Informe Político al 132 Pleno del Comité Central.

Nuestro partido, con apego a nuestra Declaración de Principios, Programa y línea estratégica y táctica, acordó participar en el proceso electoral en curso impulsando a Andrés Manuel López Obrador a la Presidencia de México. Se trata de una decisión congruente con las valoraciones y resoluciones que han realizado nuestros organismos superiores, el Congreso del Partido y su Comité Central.

Examinando las cosas en su contexto histórico y político, conviene precisar por qué en 2000 y 2006 no participamos en el proceso electoral y en 2012 sí. En esta ocasión decidimos ir con quien se situó claramente en la lucha antineoliberal. Al ubicarse así, López Obrador le abrió posibilidades a la lucha en el frente electoral, mismas que durante tres lustros no existieron en absoluto.

Más en detalle, desde 1994, año en que nuestro partido postuló a Marcela Lombardo –contando todavía con el derecho jurídico para hacerlo-, ningún candidato había figurado en las boletas electorales, que tomara distancia de las recetas que impone el imperialismo y menos uno que las rechazara. Unos se pronunciaban con descaro a favor de esas medidas, que declaraban “modernizadoras” y positivas, y otros procuraban soslayar la gravedad del asunto, volteando para otro lado la mirada. Es decir, unos actuaban como proimperialistas descarados y otros como alcahuetes vergonzantes. En esas condiciones, si nosotros hubiéramos llamado al pueblo a votar, así fuera por el “menos malo”, nos hubiésemos convertido en cómplices del imperialismo y sus servidores de uno u otro nivel. Siendo honestos y congruentes, no podíamos hacer otra cosa que la que hicimos: denunciar que las elecciones se habían vuelto una farsa, puesto que a los electores ya se les permitía votar únicamente entre dos clases de enemigos de la nación y del pueblo; entre los verdugos más crueles y otros que ofrecían decapitar al pueblo pero usando anestesia para que muriera con menos sufrimiento. 

Cuando hablamos de las recetas plasmadas en el Consenso de Washington nos referimos a las mismas más conocidas como neoliberalismo e integran el programa que forjó el imperialismo para esta época de agotamiento del sistema capitalista, que se expresa, entre otras formas, en la ya muy aguda reducción de la tasa de ganancia del capital, que Marx estudió y describió hace un siglo y medio. Este programa imperialista tiene el apoyo de todas las burguesías reaccionarias del mundo, y echa mano de mecanismos como la reducción del salario real y el abatimiento de las condiciones de vida de los trabajadores de todo el orbe; la apropiación por parte del capital de los recursos naturales que estaban fuera del mercado, para incluirlos en éste convertidos en mercancías y, por tanto, en fuentes de explotación por parte de los capitalistas; la depredación sin límites del medio ambiente; la destrucción de la independencia de los pueblos que luchaban por adquirirla de manera plena, económica y política; la apropiación por parte de los monopolios trasnacionales de las empresas que habían nacionalizado los países que luchaban por independizarse, etcétera. Por eso, el tema de la lucha contra el Consenso de Washington –o neoliberalismo- está en el centro de los intereses de la clase trabajadora y los pueblos de todo el mundo, pero sobre todo de los países dependientes como el nuestro. Y por eso, lo único correcto, en nuestro caso, era denunciar tales sainetes electorales disfrazados de gestas “democráticas”, tal como lo hizo nuestro partido.

Como se ve, el PPS de México no incurre en contradicción alguna, desde el punto de vista de sus principios, entre la posición que tomó en 2000 y 2006, de no apoyar a candidato alguno, y la que toma hoy, cuando sí existe un candidato por el que vale la pena hacer campaña. La realidad cambió y no actuar en consecuencia frente a ese hecho, sería ajeno al marxismo y al lombardismo.

Recordando los antecedentes, en 1988 el ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas desempeñó una función semejante a la que hoy asume López Obrador; aceptó un programa antineoliberal que nuestro partido propuso y discutió con él y sus representantes –entre los que destacó la economista Ifigenia Martínez, firme patriota y antiimperialista- y postuló ese programa a lo largo de su campaña, formándose un amplio frente popular en torno al candidato y al programa, que tuvo por nombre Frente Democrático Nacional. Pero en 1994 Cárdenas volvió a ser candidato, sin enarbolar ya un programa como aquél, antineoliberal, sino que se asumió condescendiente con los intereses del imperialismo y la derecha, porque sus asesores y los dirigentes del PRD –que ya había surgido de la unión de diversos aliados del 88-, le dijeron que con una postura que, de manera timorata, calificaron de “radical”, no podría llegar a la Presidencia, y que debía “recorrerse hacia el centro”. Nuestro partido sostuvo su línea de principios postulando a Marcela Lombardo, como ya se dijo, pero en esas condiciones no fue posible construir un gran frente nacional, ni por el lado del PRD, con masas, pero ideológicamente endeble, ni por parte nuestra, con firmeza de ideas pero sin masas populares.

Luego, en 2000, el gobierno neoliberal ya nos había cancelado el registro electoral –de manera arbitraria, por cierto- y Cárdenas y su partido, el PRD, se recorrieron todavía más a la derecha, llegando hasta a pactar entonces un programa de gobierno común con el partido de la ultraderecha, el PAN. Fue así como, a fin de cuentas, ya no hubo un solo candidato antineoliberal en las boletas; ni lo hubo en 2006, cuando el PRD postuló a Andrés Manuel López Obrador, pero éste destacado dirigente todavía no maduraba desde el punto de vista de sus ideas y compromisos, como lo ha hecho hoy. Porque, como lo hemos analizado en otras ocasiones, López Obrador hoy es distinto, muy superior, a lo que él mismo fue en 2006; basta cotejar sus principales planteamientos de entonces con los de hoy, para que salte a la vista el cambio. Con esa evolución excepcionalmente valiosa, como dijimos, López Obrador le restableció las posibilidades a la lucha electoral, la hizo que valga la pena, que trascienda el simple juego oportunista que privó en 2000 y 2006, y esté en juego algo relevante.

Reflexionemos sobre otra serie de cuestiones medulares: ¿qué significaría el arribo de López Obrador a la Presidencia de México? No sería la panacea, digámoslo con franqueza; no resolvería todos los males ni mucho menos. Pero abriría la posibilidad –sin garantizarla, esto depende de oros factores- de que, a partir de diciembre de 2012, ya no se decreten más privatizaciones desde el poder ejecutivo, como las más de un millar que los gobiernos neoliberales han ejecutado en los últimos 30 años, desde Miguel de la Madrid hasta hoy, despojando al pueblo de su patrimonio. Y la posibilidad también de que, desde esa elevada posición, ya no se promuevan más reformas laborales patronales y contra los trabajadores; ni más acciones entreguistas ante el imperialismo yanqui y el europeo; ni más políticas económicas que encarecen la vida del pueblo y entregan enormes riquezas a un puñado de sinvergüenzas que amasan fortunas inmensas e insultantes, entre otras varias cuestiones vitales para la clase trabajadora y el pueblo de México. Abriría la posibilidad, de igual manera, de que por primera vez en treinta años el ejecutivo estableciera políticas que acaten los postulados medulares de la Constitución de 1917, enriquecida y llevada a niveles superiores por las numerosas reformas progresivas que se le hicieron durante décadas, en todos los momentos en que la correlación de fuerzas fue favorable para la clase obrera y el pueblo. Como se puede advertir, las expectativas son muy valiosas; hay mucho que ganar desde el punto de vista de los intereses de la nación y el pueblo, si logramos llevar a López Obrador a la Presidencia. Se podría empezar a desmontar toda la maquinaria que el neoliberalismo armó para consolidar la dependencia de México, su saqueo y la explotación creciente e inmisericorde del pueblo.

Ahora bien, el análisis clasista nos dice que López Obrador pertenece a la pequeña burguesía ilustrada y no a nuestra clase social, la clase obrera; es un profesionista y político profesional que nunca se entregó a los intereses de la gran burguesía. En su entorno más cercano se mueven sobre todo los intereses de diversos sectores de la burguesía y la pequeña burguesía, no los de la clase trabajadora y el pueblo, pero tampoco los de la derecha y el imperialismo. En el contexto de la lucha contra el neoliberalismo y por la liberación nacional, es justo unir los esfuerzos de diversas clases y sectores sociales objetivamente enfrentados con el imperialismo y sus lacayos, en un frente común.

El análisis ideológico nos dice que López Obrador no es marxista ni es partidario de la sociedad socialista; pero estas cuestiones no impiden unir esfuerzos. Basta con que se haya situado, como lo hizo, en la trinchera de los antineoliberales, para que juegue una función fundamental su candidatura y, en consecuencia, nuestro partido decida verlo como un valioso aliado y resuelva luchar con todas sus armas para contribuir a llevarlo a la Presidencia de la República.

Continuando con el análisis clasista e ideológico: ¿A quién, a qué clase social corresponde en la época actual dirigir la lucha contra el imperialismo y por la liberación nacional? Lo hemos analizado varias veces y la conclusión a que hemos llegado es muy clara: esa función corresponde a la clase obrera, no a la burguesía ni la pequeña burguesía, por sus propias limitaciones de clase, como lo precisó en su momento el Maestro Lombardo. Por esa razón, el partido de la clase trabajadora, nuestro partido, no ve al candidato como si fuera su líder –al que habría que seguir por los caminos que trace- sería un error; pero lo ve como un aliado con el que hay que interactuar con inteligencia, a pesar de las asimetrías; como un gran aliado al que vale mucho la pena impulsar, en tanto mantenga el compromiso de combatir al Consenso de Washington, que ha adquirido públicamente; un aliado en el que hay que incidir para que no retroceda, sino que avance más.

El método marxista que practicamos nos obliga a examinar la realidad con rigor y con precisión, y no nos permite hacernos ilusiones. Nos queda claro que, como dijimos, el proceso electoral en curso no es la panacea; no va a resolverlo todo; hay limitaciones y localizarlas oportunamente nos permite prepararnos para contribuir a subsanarlas, y existen peligros que advertirlos a tiempo nos ayuda a contribuir a sortear. Analizando al conjunto de las fuerzas partidarias de la candidatura de López Obrador –el ejército nuestro y de nuestros aliados en esta batalla- localizamos una importante limitación en el hecho de que el candidato no cuenta con un partido político suyo ni con una fuerza bien organizada que comparta su ideario antineoliberal. Militó en el PRI inicialmente, y lo dejó junto con muchos otros correligionarios suyos cuando ese partido se postró al servicio del neoliberalismo; y luego estuvo en el PRD, que llegó a presidir. Pero ni un partido ni el otro comparten el ideario antineoliberal que López Obrador ha asumido en su etapa de maduración. Tampoco comparten ese ideario los partidos con los que arma su alianza electoral jurídica y formal, el PT y Convergencia. Por eso –y no por un oportunismo que le atribuyen sus malquerientes- se vio precisado a construir su propio partido cuyo embrión es el Movimiento de Regeneración Nacional, MORENA. Ésta es la fuerza en que se apoya, es el destacamento que lo sigue con fidelidad y la base a partir de la cual negociará y obtendrá el apoyo indispensable de partidos que registren su candidatura, como los señalados, PT y Convergencia, y hasta el PRD, pues sería prematuro descartar que en su momento se sume a los que lo postulen, pues el que esos tres partidos registren la candidatura de AMLO o no, dependerá principalmente de los cálculos que sus cúpulas dirigentes hagan en materia de las ventajas y beneficios económicos y de posiciones que ese hecho les pueda traer, frente a otras opciones que pudieran tener, la de Ebrard o la de aliarse con el PAN o el PRI, pues sobre todo son negociantes en el giro electoral.

Por hoy, el MORENA se asume de manera correcta como un movimiento, pues no está estructurado todavía de manera cabal como partido, pero está claro que se trata de un partido en proceso de construcción, el partido de Andrés Manuel López Obrador. El MORENA agrupa a cientos de miles de mexicanos del pueblo, decididos a darlo todo por llevar a AMLO a la victoria; ese hecho es valioso.

¿Cuál debe ser en concreto, la actitud de nuestro partido con respecto del MORENA? Debemos verlo de manera fraternal, como un aliado valioso. Los cuadros y militantes del PPS de México deben ayudar a construirlo, teniendo claro que a fin de cuentas será un partido distinto al nuestro, pero con el que esperamos poder compartir de manera fraternal numerosas batallas desde el mismo lado de la trinchera, caminando juntos un buen tramo de la historia, edificándola en colaboración.

miércoles, 7 de septiembre de 2011

Los instrumentos necesarios para echar a los neoliberales del gobierno de México.

Fragmento del informe al 132 Pleno del Comité Central del Partido Popular Socialista de México.

Las experiencias de los pueblos de Venezuela, Bolivia y Ecuador, entre otros, demuestra que se puede echar a los neoliberales e iniciar, desde el poder ejecutivo, un proceso revolucionario hacia la liberación nacional. Pero no es una cuestión voluntarista; hacen falta algunos factores, sin los cuales puede ser imposible o más difícil hacerlo.

Destacan cuatro: a) un candidato públicamente comprometido a tomar una vía opuesta a las recetas del Consenso de Washington (experiencia que fue muy notoria sobre todo en los casos de Hugo Chávez y Evo Morales); b) la existencia de un movimiento antiimperialista y antineoliberal que reúna una importante fuerza de masas, que sea combativo y se organice de manera adecuada (elemento que con peculiaridades en cada caso, ha estado presente en Venezuela, Bolivia, Ecuador y en otros países, como Brasil y Argentina, entre varios más, aun cuando los gobiernos que han logrado instalar, teniendo aspectos positivos, no han alcanzado el nivel de los primeros, que ya han roto los lazos con el neoliberalismo); c) la participación de una fuerza ideológica firme, antiimperialista y antineoliberal, que mantenga la brújula en un panorama complejo y heterogéneo en que proliferan las presiones y las tentaciones de hacer concesiones y dar giros, (papel que, por citar un ejemplo, desempeña el Partido Comunista de Venezuela), y d) la existencia de uno o varios partidos con capacidad jurídica y voluntad política para registrar a dicho candidato.

En la experiencia mexicana, en 1988 hubo los cuatro ingredientes: el candidato, que fue el ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas; el movimiento, que fue el Frente Democrático Nacional; la fuerza ideológica, que fue el entonces PPS, hoy Partido Popular Socialista de México, y tres partidos con capacidad jurídica y voluntad política. En 1994 sólo la candidatura de Marcela Lombardo tuvo el perfil necesario, pues el ingeniero Cárdenas ya no fue el mismo, se había "corrido hacia el centro", haciendo toda clase de concesiones a la derecha y al neoliberalismo; también se contó con el partido que la postuló y que a la vez tenía la fuerza ideológica, pero como ya vimos, no fue posible construir el movimiento popular adecuado, con capacidad de convocatoria suficiente. En 2000 no hubo ninguno de los cuatro elementos. En 2006 ya existía un movimiento antiimperialista importante en lo numérico surgido desde las numerosas expresiones de carácter popular en lucha, muy combativo y fogueado en el combate, en cuyo seno participaba e incidía una fuerza ideológica de principios, nuestro partido, pero no hubo candidato alguno con un perfil antineoliberal claro, que respondiera a dicho movimiento, pues López Obrador todavía no asumía compromisos definidamente antineoliberales, como lo hace hoy en día. 

Pero hoy ya tenemos el candidato, López Obrador; el movimiento de masas muy fogueado y combativo, superior al de 2006 en su experiencia; todo indica que habrá partidos que pongan el registro, y el PPS de México, en conjunto con otras fuerzas que tengan una idea clara sobre la lucha antineoliberal, y no sectaria ni oportunista, puede aportar el indispensable elemento de la firmeza ideológica en el contexto de un amplio frente en torno a López Obrador.

El Partido Popular Socialista de México es consciente de que su fuerza numérica es absolutamente insuficiente por sí misma. Todavía no logramos recuperarnos en ese aspecto del daño que nos causó la dupla imperialismo-burguesía entreguista, en la fase de avance de la ofensiva neoliberal en el mundo y en México. Por eso nuestra capacidad de incidir en los acontecimientos no es tan fuerte como deberá ser en el futuro. Mientras tanto, debemos buscar mecanismos que suplan esa deficiencia, que pueden surgir de la maduración del movimiento de masas que se opone al neoliberalismo. En ese camino estamos, como veremos más adelante, construyendo un gran frente con múltiples fuerzas que coincidan con nosotros en la lucha antineoliberal y antiimperialista, como lo hacía Vicente Lombardo Toledano.