jueves, 8 de septiembre de 2011

El PPS de México, la candidatura de AMLO y el MORENA

Fragmentos del Informe Político al 132 Pleno del Comité Central.

Nuestro partido, con apego a nuestra Declaración de Principios, Programa y línea estratégica y táctica, acordó participar en el proceso electoral en curso impulsando a Andrés Manuel López Obrador a la Presidencia de México. Se trata de una decisión congruente con las valoraciones y resoluciones que han realizado nuestros organismos superiores, el Congreso del Partido y su Comité Central.

Examinando las cosas en su contexto histórico y político, conviene precisar por qué en 2000 y 2006 no participamos en el proceso electoral y en 2012 sí. En esta ocasión decidimos ir con quien se situó claramente en la lucha antineoliberal. Al ubicarse así, López Obrador le abrió posibilidades a la lucha en el frente electoral, mismas que durante tres lustros no existieron en absoluto.

Más en detalle, desde 1994, año en que nuestro partido postuló a Marcela Lombardo –contando todavía con el derecho jurídico para hacerlo-, ningún candidato había figurado en las boletas electorales, que tomara distancia de las recetas que impone el imperialismo y menos uno que las rechazara. Unos se pronunciaban con descaro a favor de esas medidas, que declaraban “modernizadoras” y positivas, y otros procuraban soslayar la gravedad del asunto, volteando para otro lado la mirada. Es decir, unos actuaban como proimperialistas descarados y otros como alcahuetes vergonzantes. En esas condiciones, si nosotros hubiéramos llamado al pueblo a votar, así fuera por el “menos malo”, nos hubiésemos convertido en cómplices del imperialismo y sus servidores de uno u otro nivel. Siendo honestos y congruentes, no podíamos hacer otra cosa que la que hicimos: denunciar que las elecciones se habían vuelto una farsa, puesto que a los electores ya se les permitía votar únicamente entre dos clases de enemigos de la nación y del pueblo; entre los verdugos más crueles y otros que ofrecían decapitar al pueblo pero usando anestesia para que muriera con menos sufrimiento. 

Cuando hablamos de las recetas plasmadas en el Consenso de Washington nos referimos a las mismas más conocidas como neoliberalismo e integran el programa que forjó el imperialismo para esta época de agotamiento del sistema capitalista, que se expresa, entre otras formas, en la ya muy aguda reducción de la tasa de ganancia del capital, que Marx estudió y describió hace un siglo y medio. Este programa imperialista tiene el apoyo de todas las burguesías reaccionarias del mundo, y echa mano de mecanismos como la reducción del salario real y el abatimiento de las condiciones de vida de los trabajadores de todo el orbe; la apropiación por parte del capital de los recursos naturales que estaban fuera del mercado, para incluirlos en éste convertidos en mercancías y, por tanto, en fuentes de explotación por parte de los capitalistas; la depredación sin límites del medio ambiente; la destrucción de la independencia de los pueblos que luchaban por adquirirla de manera plena, económica y política; la apropiación por parte de los monopolios trasnacionales de las empresas que habían nacionalizado los países que luchaban por independizarse, etcétera. Por eso, el tema de la lucha contra el Consenso de Washington –o neoliberalismo- está en el centro de los intereses de la clase trabajadora y los pueblos de todo el mundo, pero sobre todo de los países dependientes como el nuestro. Y por eso, lo único correcto, en nuestro caso, era denunciar tales sainetes electorales disfrazados de gestas “democráticas”, tal como lo hizo nuestro partido.

Como se ve, el PPS de México no incurre en contradicción alguna, desde el punto de vista de sus principios, entre la posición que tomó en 2000 y 2006, de no apoyar a candidato alguno, y la que toma hoy, cuando sí existe un candidato por el que vale la pena hacer campaña. La realidad cambió y no actuar en consecuencia frente a ese hecho, sería ajeno al marxismo y al lombardismo.

Recordando los antecedentes, en 1988 el ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas desempeñó una función semejante a la que hoy asume López Obrador; aceptó un programa antineoliberal que nuestro partido propuso y discutió con él y sus representantes –entre los que destacó la economista Ifigenia Martínez, firme patriota y antiimperialista- y postuló ese programa a lo largo de su campaña, formándose un amplio frente popular en torno al candidato y al programa, que tuvo por nombre Frente Democrático Nacional. Pero en 1994 Cárdenas volvió a ser candidato, sin enarbolar ya un programa como aquél, antineoliberal, sino que se asumió condescendiente con los intereses del imperialismo y la derecha, porque sus asesores y los dirigentes del PRD –que ya había surgido de la unión de diversos aliados del 88-, le dijeron que con una postura que, de manera timorata, calificaron de “radical”, no podría llegar a la Presidencia, y que debía “recorrerse hacia el centro”. Nuestro partido sostuvo su línea de principios postulando a Marcela Lombardo, como ya se dijo, pero en esas condiciones no fue posible construir un gran frente nacional, ni por el lado del PRD, con masas, pero ideológicamente endeble, ni por parte nuestra, con firmeza de ideas pero sin masas populares.

Luego, en 2000, el gobierno neoliberal ya nos había cancelado el registro electoral –de manera arbitraria, por cierto- y Cárdenas y su partido, el PRD, se recorrieron todavía más a la derecha, llegando hasta a pactar entonces un programa de gobierno común con el partido de la ultraderecha, el PAN. Fue así como, a fin de cuentas, ya no hubo un solo candidato antineoliberal en las boletas; ni lo hubo en 2006, cuando el PRD postuló a Andrés Manuel López Obrador, pero éste destacado dirigente todavía no maduraba desde el punto de vista de sus ideas y compromisos, como lo ha hecho hoy. Porque, como lo hemos analizado en otras ocasiones, López Obrador hoy es distinto, muy superior, a lo que él mismo fue en 2006; basta cotejar sus principales planteamientos de entonces con los de hoy, para que salte a la vista el cambio. Con esa evolución excepcionalmente valiosa, como dijimos, López Obrador le restableció las posibilidades a la lucha electoral, la hizo que valga la pena, que trascienda el simple juego oportunista que privó en 2000 y 2006, y esté en juego algo relevante.

Reflexionemos sobre otra serie de cuestiones medulares: ¿qué significaría el arribo de López Obrador a la Presidencia de México? No sería la panacea, digámoslo con franqueza; no resolvería todos los males ni mucho menos. Pero abriría la posibilidad –sin garantizarla, esto depende de oros factores- de que, a partir de diciembre de 2012, ya no se decreten más privatizaciones desde el poder ejecutivo, como las más de un millar que los gobiernos neoliberales han ejecutado en los últimos 30 años, desde Miguel de la Madrid hasta hoy, despojando al pueblo de su patrimonio. Y la posibilidad también de que, desde esa elevada posición, ya no se promuevan más reformas laborales patronales y contra los trabajadores; ni más acciones entreguistas ante el imperialismo yanqui y el europeo; ni más políticas económicas que encarecen la vida del pueblo y entregan enormes riquezas a un puñado de sinvergüenzas que amasan fortunas inmensas e insultantes, entre otras varias cuestiones vitales para la clase trabajadora y el pueblo de México. Abriría la posibilidad, de igual manera, de que por primera vez en treinta años el ejecutivo estableciera políticas que acaten los postulados medulares de la Constitución de 1917, enriquecida y llevada a niveles superiores por las numerosas reformas progresivas que se le hicieron durante décadas, en todos los momentos en que la correlación de fuerzas fue favorable para la clase obrera y el pueblo. Como se puede advertir, las expectativas son muy valiosas; hay mucho que ganar desde el punto de vista de los intereses de la nación y el pueblo, si logramos llevar a López Obrador a la Presidencia. Se podría empezar a desmontar toda la maquinaria que el neoliberalismo armó para consolidar la dependencia de México, su saqueo y la explotación creciente e inmisericorde del pueblo.

Ahora bien, el análisis clasista nos dice que López Obrador pertenece a la pequeña burguesía ilustrada y no a nuestra clase social, la clase obrera; es un profesionista y político profesional que nunca se entregó a los intereses de la gran burguesía. En su entorno más cercano se mueven sobre todo los intereses de diversos sectores de la burguesía y la pequeña burguesía, no los de la clase trabajadora y el pueblo, pero tampoco los de la derecha y el imperialismo. En el contexto de la lucha contra el neoliberalismo y por la liberación nacional, es justo unir los esfuerzos de diversas clases y sectores sociales objetivamente enfrentados con el imperialismo y sus lacayos, en un frente común.

El análisis ideológico nos dice que López Obrador no es marxista ni es partidario de la sociedad socialista; pero estas cuestiones no impiden unir esfuerzos. Basta con que se haya situado, como lo hizo, en la trinchera de los antineoliberales, para que juegue una función fundamental su candidatura y, en consecuencia, nuestro partido decida verlo como un valioso aliado y resuelva luchar con todas sus armas para contribuir a llevarlo a la Presidencia de la República.

Continuando con el análisis clasista e ideológico: ¿A quién, a qué clase social corresponde en la época actual dirigir la lucha contra el imperialismo y por la liberación nacional? Lo hemos analizado varias veces y la conclusión a que hemos llegado es muy clara: esa función corresponde a la clase obrera, no a la burguesía ni la pequeña burguesía, por sus propias limitaciones de clase, como lo precisó en su momento el Maestro Lombardo. Por esa razón, el partido de la clase trabajadora, nuestro partido, no ve al candidato como si fuera su líder –al que habría que seguir por los caminos que trace- sería un error; pero lo ve como un aliado con el que hay que interactuar con inteligencia, a pesar de las asimetrías; como un gran aliado al que vale mucho la pena impulsar, en tanto mantenga el compromiso de combatir al Consenso de Washington, que ha adquirido públicamente; un aliado en el que hay que incidir para que no retroceda, sino que avance más.

El método marxista que practicamos nos obliga a examinar la realidad con rigor y con precisión, y no nos permite hacernos ilusiones. Nos queda claro que, como dijimos, el proceso electoral en curso no es la panacea; no va a resolverlo todo; hay limitaciones y localizarlas oportunamente nos permite prepararnos para contribuir a subsanarlas, y existen peligros que advertirlos a tiempo nos ayuda a contribuir a sortear. Analizando al conjunto de las fuerzas partidarias de la candidatura de López Obrador –el ejército nuestro y de nuestros aliados en esta batalla- localizamos una importante limitación en el hecho de que el candidato no cuenta con un partido político suyo ni con una fuerza bien organizada que comparta su ideario antineoliberal. Militó en el PRI inicialmente, y lo dejó junto con muchos otros correligionarios suyos cuando ese partido se postró al servicio del neoliberalismo; y luego estuvo en el PRD, que llegó a presidir. Pero ni un partido ni el otro comparten el ideario antineoliberal que López Obrador ha asumido en su etapa de maduración. Tampoco comparten ese ideario los partidos con los que arma su alianza electoral jurídica y formal, el PT y Convergencia. Por eso –y no por un oportunismo que le atribuyen sus malquerientes- se vio precisado a construir su propio partido cuyo embrión es el Movimiento de Regeneración Nacional, MORENA. Ésta es la fuerza en que se apoya, es el destacamento que lo sigue con fidelidad y la base a partir de la cual negociará y obtendrá el apoyo indispensable de partidos que registren su candidatura, como los señalados, PT y Convergencia, y hasta el PRD, pues sería prematuro descartar que en su momento se sume a los que lo postulen, pues el que esos tres partidos registren la candidatura de AMLO o no, dependerá principalmente de los cálculos que sus cúpulas dirigentes hagan en materia de las ventajas y beneficios económicos y de posiciones que ese hecho les pueda traer, frente a otras opciones que pudieran tener, la de Ebrard o la de aliarse con el PAN o el PRI, pues sobre todo son negociantes en el giro electoral.

Por hoy, el MORENA se asume de manera correcta como un movimiento, pues no está estructurado todavía de manera cabal como partido, pero está claro que se trata de un partido en proceso de construcción, el partido de Andrés Manuel López Obrador. El MORENA agrupa a cientos de miles de mexicanos del pueblo, decididos a darlo todo por llevar a AMLO a la victoria; ese hecho es valioso.

¿Cuál debe ser en concreto, la actitud de nuestro partido con respecto del MORENA? Debemos verlo de manera fraternal, como un aliado valioso. Los cuadros y militantes del PPS de México deben ayudar a construirlo, teniendo claro que a fin de cuentas será un partido distinto al nuestro, pero con el que esperamos poder compartir de manera fraternal numerosas batallas desde el mismo lado de la trinchera, caminando juntos un buen tramo de la historia, edificándola en colaboración.

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